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Grifo monomando

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Di la luz del cuarto de baño. Pulsé el interruptor de la derecha que enciende tres halógenos. No es una estancia amplia y fui al lavabo. El grifo cromado es de esos monomandos en los que dependiendo de si el émbolo está a la izquierda el agua sale caliente y a medida que se va moviendo hacia la derecha su temperatura vira a la tibieza. Ahora al estar en verano sería excesivo decir que sale fría. El plato es de cerámica rosa pero muy desleída y de una amplia concavidad de modo que es improbable que las gotas, incluso aunque el grifo esté completamente abierto, lleguen a salpicar. Un día me dio por pensar en el motivo por el que los lavabos tienen la curvatura que tienen y la relación con el tamaño completo del cuarto de baño. Esto debió ser un pensamiento de domingo por la tarde y recuerdo que acto seguido me fui a echar la siesta. Además, el caudal de agua aumenta a medida que se sube el mando. En esta altura de la casa sale agua de sobra, quiero decir que no tienes la sensación de que

Abrazos

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Ramiro y Carmen iban al mismo colegio y normalmente compartían clase. Su relación nunca fue buena, ni mala. Tenían grupos de amigos diferentes pero dada su proximidad en el vecindario algunos días se encontraban a la salida del colegio y compartían un par de calles hablando lo menos posible. Al finalizar el primer año de bachillerato se despidieron hasta el nuevo curso.  El verano fue tedioso para Ramiro que no pudo salir de la ciudad donde vivía y los días se estiraban tonteando con los amigos en el parque donde solían juntarse a escuchar música o a tomarse unas latas de cerveza. Carmen se pasó el verano cuidando a los niños del 4ºB.  Al llegar septiembre y la vuelta a la rutina otoñal, ninguno de los dos pudo explicar el cambio que se había producido en ellos. Al encontrarse fue como si un imán impidiera que el uno pudiera retirar la mirada de los ojos del otro. Y fue todavía más extraño porque mientras el encuentro de otros años se había resuelto con un lánguido apretón de manos

Sobre los corderos

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Tras el brote de gripe los comercios solo abrían por las mañanas. Así que cuando aquel viernes llegamos a las seis de la tarde, nos encontramos al carnicero descargando la furgoneta, pero no nos atendió. Al día siguiente volvimos a intentarlo. Había cinco personas haciendo cola en la puerta. Solo podía entrar un cliente cada vez y el resto debería permanecer en la calle. Los buitres planeaban largamente mecidos por la corriente de los vientos que circulaban entre los cortados. Más abajo se encontraba el páramo y un poco más allá unas casas que se utilizaban para dar cursos sobre ecología y conocimiento del medio. Todo transcurría ante la mirada de los buitres, ya que las personas que transitaban por la zona no entendían muy bien lo que estaban viendo, acaso porque tampoco era cuestión de entender nada. De alguna forma es algo humano no entender muy bien lo que vemos o lo que tenemos delante de las narices. Finalmente entré a la carnicería. Tres corderos colgaban de sus quijadas y el sa

Libro de Fútbol

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El pasado jueves Guillermo y yo salimos a dar un paseo por la calle O’Donnell. No es casualidad vernos por esa calle ya que en el número 28, más cerca del parque del Retiro que de Doctor Esquerdo, se encuentra una conocida librería de segunda mano. Tiene la peculiaridad,  a diferencia de otras tiendas de segunda mano ,  de tener los libros ordenados. Cada unidad cuesta 3€. Buscamos “Diario de un cazador” y una guía de viajes del norte de España. No los encontramos. Reparamos en un libro grueso, blanco, de tapa dura que estaba en el escaparate y cuyo título, “Historias de fútbol”, se nos antojó interesante. Ninguno de los dos somos fanáticos de ningún equipo, excepción hecha del Numancia, aunque normalmente asocio la palabra fanático a clubes grandes donde los aficionados se desplazan de un sitio a otro y se reúnen  en el centro de las ciudades a beber cerveza. La dependienta de la tienda, una chica morena de unos treinta y tantos años, parapetada tras una pantalla de poliure

Peloncho forever

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Hay días en que me levanto y me pongo a revisar papeles. Es una tarea que me aburre pero que no tengo más remedio que hacer. Así que ayer bajé al comedor, encendí la luz, me abrigué  porque hacia frío y puse el bolígrafo, teléfono móvil y los papeles que tenía que revisar sobre la mesa. Finalmente y como ya era de día subí la persiana y allí estaba él.  Peloncho es un gato pequeño, con patas de poca alzada y pelo entreverado de blanco y gris.  Se encontraba en la calle sentado en el alféizar de la ventana. Tenía la espalda estirada, la cabeza erguida y a través del cristal se apreciaba un movimiento espasmódico de la cola, como si tuviera vida propia o como si el cerebro de Peloncho fuera incapaz de coordinar su cuerpo entero. El gato era muy querido porque el pequeño de la familia consideraba que el animal tenía “estilo”. Nunca quedó claro lo del estilo, quizá fuera por los andares o por su forma esquiva de comportarse. Lo cierto es que se le perdonaba esa incierta mirada y e

Bolsa de la compra

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Se les ven con bolsas del supermercado a horas intempestivas de las noche. Son jóvenes o muy jóvenes y suelen llevar zapatillas, normalmente blancas y con ligeros ribetes de roña o de barro en los bordes. Llevan cordones y suelen tener lazada larga de esa que casi queda a ras de suelo. Inmediatamente por encima aparece una bolsa de plástico del supermercado de las que cuestan cinco céntimos y  que se bambolea con la cadencia del paso. El plástico es muy fino, emite un sonido ligeramente crujiente al tacto y suele estar adherido al cristal o a los plásticos fríos de las bebidas por lo que es fácil identificar su contenido. A veces hay golosinas. El paso suele ser rítmico y acompasado, a veces no, a veces se producen desviaciones de la trayectoria y el ritmo. Se suele cambiar el depositario de la bolsa por cansancio de llevar la mercancía o por la inminente necesidad de liar un cigarrillo. Si se presta atención también es posible oír el tintineo de las botellas al chocar unas c

Campos de color

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La primera vez que oí el concepto de campos de color fue en la descripción de un cuadro de Mark Rothko. Era un cuadro rectangular de más de un metro de alto, con el fondo negro, si es que se puede hablar de fondo, y una franja roja en la parte inferior. El conjunto daba un aspecto de consistencia y no se apreciaban las marcas de las pinceladas. Recuerdo que la primera vez que vi un cuadro de Rothko no lo reconocí. Me encontraba en un pasillo largo y escasamente iluminado en el sitio donde antes trabajaba. Colgados de las paredes se encontraban reproducciones de cuadros monocromáticos con algún ligero añadido de color. Recuerdo que me aproximé al primero de ellos. El fondo era oscuro y la banda de pintura roja que se distribuía por la parte inferior no era uniforme. Los bordes del cuadrado estaban mellados como si se hubiera pintado con algo completamente irregular. La pintura tenía capas y daba sensación de relieve, casi de profundidad mezclándose el rojo y el negro. Hasta qu