Peloncho forever



Hay días en que me levanto y me pongo a revisar papeles. Es una tarea que me aburre pero que no tengo más remedio que hacer. Así que ayer bajé al comedor, encendí la luz, me abrigué  porque hacia frío y puse el bolígrafo, teléfono móvil y los papeles que tenía que revisar sobre la mesa. Finalmente y como ya era de día subí la persiana y allí estaba él. 

Peloncho es un gato pequeño, con patas de poca alzada y pelo entreverado de blanco y gris.  Se encontraba en la calle sentado en el alféizar de la ventana. Tenía la espalda estirada, la cabeza erguida y a través del cristal se apreciaba un movimiento espasmódico de la cola, como si tuviera vida propia o como si el cerebro de Peloncho fuera incapaz de coordinar su cuerpo entero. El gato era muy querido porque el pequeño de la familia consideraba que el animal tenía “estilo”. Nunca quedó claro lo del estilo, quizá fuera por los andares o por su forma esquiva de comportarse. Lo cierto es que se le perdonaba esa incierta mirada y ese carácter, vamos a decir inestable.

Así que allí estábamos los dos uno a cada lado del cristal. El ritmo era más lento  y predominaba el silencio. Realmente Peloncho era un gato reservado excepto cuando se enfadaba y eso no era predecible; dependía de la presencia de otros seres, especialmente otros gatos a su alrededor. En ese momento soltaba un bufido seco y sentenciador. 

Mientras revisaba una de las facturas del que no sabía su procedencia, comprobé que Peloncho había girado la cabeza y con la seriedad habitual miraba hacia el enchufe de la lámpara que estaba encima del sofá en el interior de la habitación. El movimiento de la cola había parado y se le notaba una completa concentración y estatismo, como si estuviera captando lo que era la electricidad. Yo mismo intenté percibir lo que de extraño hubiera en el enchufe. Emitió un prolongado bostezo y volvió a girar la cabeza hacia la calle. Súbitamente la pantalla de mi teléfono móvil se encendió. Yo esperaba la entrada de alguna llamada o la recepción de algún mensaje. Pasados unos instantes el teléfono se volvió a apagar. La cola de Peloncho volvió a moverse a su habitual ritmo desacompasado. En ese momento una furgoneta pasó por el camino y las campanas de la iglesia tocaron a misa. Ambos continuamos con nuestras tareas. J.

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